Sarmiento y Walker Abogadas

Protocolo sobre acoso sexual en las universidades

“La revisión de nuestras conductas en torno al acoso sexual solo generará un cambio real si entendemos que nuestros actos no son hechos aislados, sino que se fundan en creencias culturales de larga data. Por lo mismo, cualquier cambio institucional que se haga sobre el acoso sexual debe considerar el factor cultural pues, de lo contrario, sus efectos serán nulos.”

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8-2020.03.24-52738105cb705e9b264c533f2a6ce66934ab514.gif Las manifestaciones de las estudiantes universitarias en contra del acoso sexual han generado gran impacto en la opinión pública, invitando a las personas a mirar con otros ojos el trato que tienen hacia las mujeres.


Los actos de acoso sexual tienen múltiples manifestaciones. Algunos acosos son sutiles y otros derechamente brutales. Cada uno con sus propias características puede generar un fuerte impacto en la vida de las mujeres. Esto se debe a que el acoso es parte del fenómeno de la violencia contra las mujeres. Por lo mismo, acá se repite el problema que afecta a las víctimas de violencia de género: son pocas las mujeres que se atreven a denunciar. Basta con recordar que una mujer que es víctima de violencia intrafamiliar se demora en promedio siete años en hacer una denuncia. Las dudas que tiene una mujer y le impiden denunciar tienen diversos orígenes. En el caso de la violencia intrafamiliar, muchas veces existe una fuerte dependencia económica entre la mujer víctima y el victimario, también existen afectos comprometidos o un gran sentido de culpa por parte de la víctima. Probablemente, dichas razones no las encontramos en los casos de acoso sexual en las Universidades, pero existe otro factor que sí esta presente: el minimizar los hechos de violencia debido a fuertes creencias culturales que lo normalizan.


 En esta línea, la revisión de nuestras conductas en torno al acoso sexual solo generará un cambio real si entendemos que nuestros actos no son hechos aislados, sino que se fundan en creencias culturales de larga data. Por lo mismo, cualquier cambio institucional que se haga sobre el acoso sexual debe considerar el factor cultural pues, de lo contrario, sus efectos serán nulos.


 Con esta perspectiva en mente, es necesario revisar los Protocolos sobre acoso sexual que existen en las Universidades para definir elementos claves que busquen generar un impacto efectivo en las comunidades educativas. Si bien pueden existir múltiples miradas, propongo tres elementos que a mi juicio deben estar presentes. Uno se relaciona con el contenido del Protocolo, otro con el procedimiento y, finalmente, el ámbito de aplicación.


 En primer lugar, el Protocolo debe tener una definición concreta y de fácil entendimiento sobre acoso sexual. Esto no significa que se debiese fijar una lista taxativa de actos constitutivos de acoso sexual, pero sí tener ejemplos que permitan ilustrar el tema. Una definición abstracta y general no va a generar impacto, porque es probable que las personas no consideren que sus conductas son actos de acoso, a pesar de que sí lo sean. Una mera definición abstracta no va ser capaz de guiar el comportamiento de la comunidad universitaria para evitar el acoso sexual o sancionarlo.


 En segundo lugar, el Protocolo no solo debe procurar tener una definición clara sobre acoso sexual, sino que debe regular, con enfoque de género, la integración de quienes están llamados a investigar y evaluar las denuncias. Es común escuchar comentarios que tienden a minimizar los casos de acoso, tales como, “son muy exageradas estas mujeres, ahora nadie puede tener sentido del humor”. Para que decir aquellos que señalan que ahora los hombres ya no van a poder hablarle a las mujeres para evitar problemas. Algunas frases pueden ser más brutales que otras, pero todas apuntan a lo mismo: banalizar el acoso o la violencia.


 Teniendo presente lo anterior, es fundamental asegurar una integración paritaria de los equipos que tengan bajo su responsabilidad investigar las denuncias de acoso sexual, incluyendo también procesos de capacitación para dichos integrantes en temas de género, estructuras de poder y opresión. Esto no significa que los hombres y mujeres que integren ese comité necesariamente opinarán “de modo gremial” frente a una denuncia de acoso sexual, sino a lo menos se asegurará que distintas experiencias de vida estén presentes en quienes van a investigar y evaluar las denuncias. Asegurar un factor de diversidad en la integración permite entender de mejor forma el fenómeno cultural del acoso sexual.


 En tercer lugar, el protocolo no puede tener solo un carácter reactivo, sino que debe incluir medidas de prevención sobre el acoso sexual.


 El primer paso es realizar medidas de difusión. Una universidad no generará impacto, es decir, disuadir conductas, guiar el comportamiento y entregarle herramientas para la acción a su comunidad, si dentro de su institución existe un protocolo perfectamente bien diseñado, pero escondido bajo siete llaves, sin que nadie tenga acceso a su contenido o conocimiento sobre la materia que se regula. El Protocolo debe ser publicitado, estar a disposición y fácil acceso por parte de toda la comunidad académica (quienes estudien, hagan clases y realicen funciones administrativas).


 Las medidas de prevención también se pueden abordar en los procesos de inducción para la contratación del personal al interior de las universidades. Por ejemplo, así como el personal contratado es generalmente instruido en temas tales como la propiedad intelectual o el uso de las web institucional, se debe promover que cuando se realice una nueva contratación se entregue copia del protocolo, de forma tal que las personas se informen sobre las políticas contra el acoso sexual.


 Siguiendo esta línea de prevención, se deberían realizar campañas informativas que indiquen qué debe ser entendido (y reprochado) por acoso sexual. El trabajo que ha hecho el Poder Judicial sobre la materia es el mejor ejemplo de una institución que se atreve a tomar cartas en el asunto para generar una cultura de respeto en su interior. Esta semana estuve en los Tribunales Civiles del centro de Santiago y me encontré con carteles que decían lo siguiente: ¿Acaso darle un “beso cuneteado” es acoso? Justamente, traspasaste el límite, es acoso. Simple y directo, para que nadie se confunda. El cambio cultural necesita de esos pasos concretos y claros que permiten aterrizar la discusión.


 En definitiva, con medidas sencillas se puede avanzar decididamente para generar un cambio cultural que busque evitar el acoso sexual al interior de las universidades, sin limitar las medidas solo a un enfoque reactivo.